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MIRTA ACUÑA DE BARAVALLE
Madre de Plaza de Mayo - Línea Fundadora
Abuela de Plaza de Mayo

Es madre de Ana María Baravalle, secuestrada el 27 de agosto de 1976 junto con su marido Julio César Galizzi. En ese entonces Ana María, de veintiocho años, estudiaba Sociología y tenía un embarazo de cinco meses de gestación. A partir de ese momento, Mirta comenzó la búsqueda incansable de su hija y de su nieto que se presume fue dado a luz en cautiverio.

Mirta es una de las fundadoras de la agrupación Madres de Plaza de Mayo y fue una de las catorce mujeres que por primera vez se juntó en esa plaza para reclamar por sus hijos un 30 de abril de 1977. A la vez, Mirta fue una de las doce madres-abuelas fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, que con el lema ‘Buscamos a nuestros nietos, sin olvidar a nuestros hijos’ comenzó el largo camino por la recuperación de la identidad de los niños secuestrados o nacidos en cautiverio.

Hoy, luego de tantos años de lucha y reclamo, Mirta sigue siendo un símbolo en la defensa de los Derechos Humanos. Se la encuentra cada jueves en la ronda de las Madres en Plaza de Mayo. ‘Yo siempre digo mientras tenga fuerza, mientras mentalmente más o menos pueda seguir hilvanando y mientras físicamente el cuerpo me responda, yo seguiré en esta lucha de reclamo de justicia social y por los Derechos Humanos en la actualidad’, con estas palabras Mirta resume su compromiso por la Memoria y el Presente.

 

‘De las rosas nacieron nuevas rosas y de éstas seguirán naciendo rosas…’. Es el devenir eterno, la integración en el todo, lo absoluto de lo transitorio. Mientras tanto, vivo por la alegría, por la alegría lucho y por la alegría moriré. Eso es lo que quiero. Nunca sufras por mí. Piensa que nada ni nadie logrará derrumbarme. Es cierto, puedo ser junco al que quiebren los hombres. Pero estoy bebiendo, insaciable, para poder calmar, aunque sea un poco, esa sed tremenda de los que sufren. Texto escrito por Ana María Baravalle en una carta a su madre en 1972.

 

 

LA HISTORIA DE MIRTA

Mirta Baravalle es una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. El 27 de agosto de 1976, un grupo de militares irrumpió en su casa y secuestró a su hija Ana María embarazada de cinco meses. Aún continúa la búsqueda de ese nieto o nieta que, nacido en cautiverio, nunca fue restituido a su verdadera familia.

Mi nombre es Mirta Baravalle. Hemos adoptado el apellido de nuestros esposos para que nuestros hijos desaparecidos sean conocidos. Mi hija desapareció el 27 de agosto de 1976. Entraron a nuestra casa más de 30 individuos vestidos del ejército con pasamontañas en altas horas de la madrugada. Se colgaban saltando paredes vecinas. Todos con armas largas. Yo sentí ruidos. Salí a la galería porque estábamos en la cocina. Estábamos mi hija, mi yerno, mi hermano y yo, jugábamos al scrabble, y el que perdía cebaba mate. Eso era lo que estábamos haciendo esa noche. En ese momento, registraron la casa, pero no se llevaron a nuestros chicos. Se habían llevado a un vecino buscando aterrorizar a todos los vecinos. Y se llevaron alhajas, dinero y todo lo que podían. Pensamos que se habían ido y a los 10 minutos sentimos los golpes en nuestra casa. En la entrada preguntaron por nuestra hija Ana. Y en ese momento Ana sintió que había una situación crítica. Me amenazaron. Yo les decía que Ana era mi hija. Y ahí ella avanzó y dijo: ‘Yo soy Ana’. Ahí es cuando se llevaron a mi hija. Nosotros hicimos lo imposible para saber algo más de esa noche, pero nadie hablaba. Con el correr del tiempo pensamos que hicieron dos operativos casi simultáneamente.

La doctrina de la seguridad nacional hunde sus raíces en el período de la guerra fría y se utilizó para dar cuenta de los procesos de defensa militar y seguridad interna frente a las nuevas condiciones de avance del socialismo y la inestabilidad del capitalismo. Supuso una concepción militar del Estado y fundamentó su ocupación por parte de las fuerzas armadas. En América Latina se construyó sobre la base de la existencia de un enemigo interno cuya intención era subvertir los modos de vida tradicionales, desde estrategias militares que no respondían ya a las guerras conocidas hasta ese momento. De esta manera, se difundió la idea de una ‘guerra interna’, donde el Estado debía dar batalla, ya no contra otros Estados que amenazaban su soberanía sino contra ‘la subversión’, infiltrada en la vida cotidiana e invisibilizada en la ciudadanía. Todos estábamos bajo sospecha. La teoría de la guerra interna también sostuvo la versión de igualdad de condiciones entre dos ejércitos que libraron enfrentamientos:

Los militares tiraban tiros desde casas vecinas y desde adentro. Parecía un juego de intercambio de tiros. Por eso los vecinos pensaban que había un enfrentamiento con terroristas. Mi yerno intentó esconderse en el patio y, de acuerdo a lo que me contaban mis vecinos, los militares decían: ‘mátalo’. Cuando terminó todo encontré en el fondo de la casa las balas.

Así, comenzó su lucha, siendo una de las primeras en animarse a salir a la calle a decir lo que le pasaba y cuál era su búsqueda.

 

SU HIJA ANA MARÍA

Ana María nació el 20 de marzo de 1948 en la Ciudad de Buenos Aires y ya de joven era, como la define su mamá ‘una militante de la vida’.

Ana tenía veintiocho años y Julio, veinticinco. Yo sabía de la militancia social de mi hija. Ella se recibía ese año de socióloga y trabajaba en el Ministerio de Hacienda. No podían estar ajenos a lo que pasaba en el país. Mi hija era una militante de la vida. Se ponía el despertador a la madrugada para ir a la villa. ‘Si no llegamos a que el pueblo sepa sus derechos, que no tienen que estar sometidos y que sean ellos mismos los hacedores de este país, no va a quedar nada. Si esto no se cambia, en 25 años no va a quedar nada de los argentinos’, me decía.

Solía levantarse muy temprano a llevarle comida a la gente que estaba en la calle y decía que no quería que el pueblo se sometiera si no que se integrara.

Ana María, estaba comprometida con su militancia y su situación de estudiante. Peleaban por revertir lo que consideraban injusto y fomentar una sociedad más equitativa.

En el segundo bimestre salió y dijo: ‘yo ahí no sigo estudiando más’ porque no estaba de acuerdo con la enseñanza que le estaban dando. Y yo sabía que el objetivo de ella en la vida era estudiar. Eran conscientes de qué querían y lo que estaba mal, y por eso los llamaban rebeldes. Yo creo que si uno no tiene estudios lo manejan como quieren, y ella al estudiar y querer transmitir a los demás lo que aprendía, no era así. Ahora, quizás, entiendo por qué los venían a buscar. Ellos sabían y no se dejaban doblegar. Tenían ideales.

Ellos querían defender los derechos y eso lo sabían esos gobiernos. Ese era el peligro. El peligro de saber. Por eso esa generación no está. Eran jóvenes valiosísimos. Esto no se dio solamente en Argentina, eso se dio a nivel Latinoamericano. Porque estaba el Plan Cóndor, en todos los países era igual. Ahí había un imperio que se agazapaba para poder mover todas las riquezas de los países de la tierra. No tuvieron en ningún momento ningún tipo de rechazo a ese ‘querer apoderarse’.

Fue su compromiso y su preocupación por los otros lo que los condujo a su irracional desaparición. Ellos consideraban la posibilidad de ser juzgados, pero les era imposible advertir el horror al que se enfrentarían.

Pienso que cuando ellos se dieron en cuerpo y alma a buscar ese cambio pensaban que, si de alguna manera eran un estorbo para los que manejaban el poder, a lo sumo irían presos, tendrían un juicio, sabiendo, además, que en un tiempo serían padres.

 

LA BÚSQUEDA DE ANA MARÍA

Inmediatamente después del secuestro de Ana María, Mirta salió a buscarla recorriendo todos los espacios que estaban a su alcance. Pero esta búsqueda que inicia en forma solitaria, al poco tiempo adquiriría características históricas.

¿Cómo inició su búsqueda?

Al día siguiente, salimos a la calle. Fui a la Iglesia de Lourdes en Santos Lugares, para ver la posibilidad de tener alguna información de los chicos. Creo que todo familiar a quien le fue arrancado ese ser querido de su lado, inmediatamente salía a la calle a buscarlo. Inmediatamente, porque quería saber por qué se lo habían llevado. Desde ese momento empezó esa búsqueda. ¿Y dónde? ¿Y por qué? Preguntaba en cada uno de los lugares a los que iba.

Primero comencé la búsqueda en soledad. Recorrí las cárceles, las comisarías, las Fuerzas Armadas, los Ministerios. Pero nadie sabía ni decía nada, nadie respondía a mis preguntas. Más tarde me di cuenta de que había otras madres. Todas estábamos en la misma situación. Fuimos caminando y fuimos, sin pensarlo, sin conocernos, a distintos lugares buscando lo mismo. Especialmente, al Ministerio del Interior que funcionaba en la Casa Rosada. A partir de ahí, nos dimos cuenta de que todos nos daban la misma respuesta irónica. Fue cuando surgió la idea de peticionar en un grupo. Nosotras éramos los familiares, no decíamos ‘las madres’. Desde ese momento, teníamos personas cercanas desaparecidas, algunos a su esposo, a un hermano.

En un momento iba a Villa Devoto –cárcel de Devoto– todos los días. Veía a muchas personas delante de mí, la mayoría eran familiares de presos políticos, pero había otros que también buscaban a sus hijos secuestrados que no sabían dónde estaban. Ahí me fui informando hacia dónde podía dirigir mis pasos para saber sobre ellos. Hice hábeas corpus, causa 616 –los hacía a mano–. Una vez en 1978 logré que me sellaran uno por el bebé, y en 1981 hicimos la presentación en Casa de Gobierno.

¿Cómo comenzaron a juntarse las Madres de Plaza de Mayo?

Todas hacíamos los mismos recorridos, buscábamos respuesta en los mismos lugares. En un momento llegamos a ser cinco o seis esperando alrededor de la Plaza, sentadas en algún banco o caminando como al descuido. De esta forma comenzamos a vincularnos.

Lo primero que hicimos fue ir a ver al vicariato castrense. Un día Azucena Villaflor dijo que teníamos que ir todas juntas a Plaza de Mayo y decidimos hacerlo el 30 de abril (1977). Esa primera vez fuimos 14 mujeres. No nos habíamos dado cuenta de que era sábado, porque no teníamos idea de qué día era y decíamos: ‘Pero no hay nadie’.  La primera madre en llegar    ese día fue Pepa Noia. Pero un sábado no era un buen día para reunirse, no había gente en la plaza y apenas nos vieron los militares, nos sacaron. Entonces, decidimos reunirnos el viernes siguiente en horario bancario. A los militares les iba a costar visualizarnos entre tanta gente. Así lo hicimos varios viernes y éramos cada vez más. Más adelante, una madre, Emma Panells, propuso reunirnos el jueves porque decía que el viernes era día de brujas.

Y con el paso del tiempo la columna de Madres fue aumentando y aumentando. Por un lado, porque iban desapareciendo los jóvenes y por otro lado porque los familiares se iban enterando de a poco. Se acercaban con mucho temor. Fue muy difícil, pero seguimos adelante. Así que ése fue el comienzo. Mirta también fue una de las doce madres-abuelas fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. En un principio se agruparon con el nombre de ‘Abuelas Argentinas con Nietitos desaparecidos’ y en 1980 comenzaron a utilizar su denominación actual: ‘Abuelas de Plaza de Mayo’. ‘Buscar a sus nietos sin olvidar a sus hijos’ fue la consigna que las agrupó.

Y las Abuelas, ¿cómo comenzaron a juntarse?

Cierto día fuimos a la casa de una abuela con Mary Ponce de Bianco, la madre que después fue secuestrada por Astiz. A esa abuela le habían llevado el hijo con su bebé y nosotras fuimos para ayudarla a hacer un hábeas corpus por su nietita, Clara Soledad. Recuerdo que lo redactamos sobre la cama, arrodilladas en el piso de su dormitorio. Ese hábeas corpus fue publicado en La Opinión de Timerman y resultó un escándalo porque se trataba de una bebé. Al poco tiempo, una monja dijo que en la Casa Cuna había una bebé con las características de Clara Soledad.

¡Y efectivamente era ella! Ahora la abuela tenía que obtener la tenencia. Fue difícil porque cuando se llevaron a la bebé tenía once meses y para entonces tenía más de un año. En esa época no existían las pruebas de ADN y el Juez Sarmiento, a cargo del juzgado de menores, negaba la tenencia hasta que se demostrara el vínculo. Aparentemente no había forma de lograrlo. Entonces, la abuela recordó que Clara Soledad tenía un lunar en la plantita del pie, y efectivamente era así, el Juez lo corroboró. Clara Soledad fue la primera bebé que recuperamos. Recuerdo que se hizo una misa de agradecimiento en la Santa Cruz, en abril del 77, la iglesia estaba llena. Pero esa fecha fue fatal…

¿Por qué?

Porque a esa misa asistió Astiz, fue la primera vez que lo vi. Luego lo volví a encontrar en la primera reunión de familiares y madres que hicimos en la iglesia de la Santa Cruz. ¡Es como si todavía lo estuviera viendo! Me generó mucho rechazo, nunca me convenció su historia no me gustaban sus planteos. Por ejemplo: nos decía que teníamos que tener un mayor conocimiento acerca de las actividades que realizaban nuestros hijos. Se lo dije a mi amiga Mary Ponce de Bianco, pero ella no pensaba lo mismo. Yo no fui más a esas reuniones porque presentía que iba a suceder algo terrible. El 8 de diciembre de 1977 Mary me invitó a la Santa Cruz para firmar una solicitada, yo ya la había firmado en la Iglesia Bettania, así es que fui a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos para ver si obtenía alguna información. ¡Esa noche se llevaron a Mary y a todos los demás en la puerta de Santa Cruz! Astiz los había entregado. El 10 de diciembre el diario La Prensa publicó la solicitada de las madres, ese mismo día secuestran a Azucena en la puerta de su casa, Astiz la había señalado cuando la besó en la puerta de la Santa Cruz.

¿Qué pasó luego con las Madres secuestradas?

Finalmente supimos lo que pasó. A principios de 1978 aparecieron unos cuerpos en una playa de la costa atlántica, entonces se hablaba de que podían ser las madres que habían sido secuestradas. Nunca se habló nada más, nadie supo lo que pasó, hubo un silencio total, imposible de poder llegar a nada y así fue pasando el tiempo.

El 15 de julio del 2005 se supo la verdad. Sus cuerpos fueron ubicados en el cementerio de Lavalle. Se decía que allí habían sido llevados los cuerpos de varias de las personas secuestradas. La investigación comprobó que eran los cuerpos de las madres, que luego del secuestro habían sido llevadas a la Escuela Mecánica de la Armada. Después se fue sabiendo que habían sido torturadas, que las llevaron y las tiraron al río.

Lo más significativo, y que a nosotras nos conmovió profundamente, fue que los tres cuerpos arrojados al mar aparecieron juntos; el mar los devolvió a la costa, a la playa, junto con una monja, la hermana Léonie Duquet, que había desaparecido en esa fecha. Y una piensa, cómo en la inmensidad del mar, cuerpos caídos desde el aire llegan a la playa, sabiendo que fueron tiradas más personas ahí. Sin embargo, las tres madres y la hermana se juntan en esa playa. Hay cosas tan significativas, porque si los militares y los jueces negaban ser cómplices, estas madres vinieron a decir, a ser ellas directamente testigos de la tragedia, sus cuerpos están ahí. Con su encuentro se confirma toda la infamia, toda la criminalidad, que tanto ha costado reconocer, que

 

esto pasó en este país, nuestro país. Hemos tenido personajes tan siniestros que llevaron a un pueblo al dolor y no solamente de una generación, de la desaparición, de no saber de ellos, de saber que fueron torturados y victimizados de una manera tan atroz.

¿Cómo hacían las Abuelas para buscar a sus nietos?

Como Abuelas nos encontrábamos en el Café Tortoni. Íbamos a festejar cumpleaños imaginarios. En ese momento se encargaba de convocar Chicha Mariani, que por entonces era la presidenta. Con Vilma González y Julia Rebollo nos encontrábamos en distintas casas, en lugares lejanos. Los reclamos que hicimos a nivel internacional nunca obtuvieron respuesta.

Desde Abuelas hicimos muchas actividades en conjunto. Sabíamos de muchas personas detenidas desaparecidas que no eran denunciadas y nosotras salíamos a buscarlas. Esas familias no sabían que existía Abuelas. No sólo nacieron bebés en cautiverio, también secuestraron a niños con sus padres. Hacíamos todo para recabar la mayor cantidad de información posible. Como sucedió con María Eva Duharte: una sobreviviente nos contó que ella había dado a luz estando secuestrada. Vivía en Grand Bourg y fui hasta allá a ver a su familia. Su mamá me dijo que era imposible, que María Eva no estaba embarazada, pero una chiquita que estaba presente también en esa cocina, dijo: ‘Sí, mamá estaba embarazada. Yo lo sabía’.

Y muchos casos fueron así. Sabemos que hay cientos de nietos a recuperar todavía.

Las madres que estaban por dar a luz sabían que los represores se quedaban con sus hijos, por eso retardaban lo más que podían su fecha de parto. No se entiende esa maldad, esa perversidad tan tremenda, sin límites. Yo pienso que la generación de nuestros hijos subestimó la criminalidad del enemigo.

Las Abuelas nos juntamos en principio, quizás, por el egoísmo de encontrar al propio nieto. Pero después sentimos que cada nieto era nuestro. Nos llamábamos Abuelas Argentinas y al comienzo eramos trece: Clara Jurado, Haydeé Falino de Lemos, Señora de Caimi, Julia Rebollo de Grandi, Irma Cisariego de González, Beatriz de Neuhaus, Chicha Mariani, María Eugenia Goyena, Alicia de la Cuadra, Elia Califano, Vilma González.

Como Abuela participé de la recuperación de muchos de los niños. Paula Logares fue la primera nieta recuperada por medio de los análisis. Tenía veintidós meses cuando la secuestraron y ella, tan chiquita, se señalaba y decía ‘yo, Paula’. Defendió su nombre con veintidós meses. La encontramos cuando tenía ocho años y le decían que tenía seis.

Otro de los primeros casos fue el del sobrino de la actriz Menchu Quesada, el nene la reconoció en la televisión, cuando la vio dijo ‘tía’. Y también el de los hermanitos Anatole, que dejaron en Valparaíso.

Con la Abuela Hilda Toranzo hicimos en 1982 una gira de dos meses por distintos países: Austria, Alemania, Francia, Suiza y España. Siempre estaba lleno cada lugar donde íbamos. Desde Canadá recibíamos miles de cartas por día. Para nosotras era como renovar las energías, porque teníamos que corresponder todo ese apoyo. Llegaban más de cien cartas por día a mi nombre, las leía una por una a la noche en mi casa, cuando llegaba de andar todo el día. Tengo unas seis mil o siete mil cartas.

¿Alguna vez sintió miedo?

Una vez que se llevaron a mi hija embarazada, ¡lo peor ya me había pasado! Después de eso no sentís miedo. Sentís muchas cosas, dolor, impotencia, bronca. Pero miedo no sentís.

Mirta sigue buscando a su nieto o nieta, con la incertidumbre doble de una Madre y una Abuela que no bajó los brazos con el correr de los años.

¿Qué pudo saber de su hija y su bebé?

El día que secuestran a Ana María había ido al médico para saber cómo estaba su embarazo. El médico le había dado una fecha para antes del 15 de enero y la había felicitado por su embarazo perfecto. Es así que uno después hace conclusiones de esas cosas, consideraba que el bebé, estando en perfectas condiciones, estaría vivo. Al principio me decían que entregaban al bebé cuando pasaban 6 meses. Estuve esperando durante varios meses.

Por intermedio de un conocido supe que el 12 de enero de 1977 Ana María había dado a luz. Ese día, eran más de las once de la noche, golpean a mi puerta con mucha urgencia. Salgo corriendo con el corazón en la mano y veo a un amigo que me dice ‘los tres están bien’. Él tenía que llegar a su casa antes de las 12, estaba corriendo y vivía a veinte cuadras de casa. Al otro día, esa persona fue secuestrada. Nunca llegué a saber si es nieto o nieta, hasta ahora no hemos encontrado a Camila o Ernesto –porque si era mujer se llamaría Camila y si era varón, Ernesto–. Tampoco pude saber en qué lugar estuvieron detenidos ni qué fue de ellos.

 

EL LEGADO DE MIRTA

En distintas entrevistas, Mirta reconoce la importancia de asumir la responsabilidad ciudadana, la necesidad de comprometerse con los demás y con uno mismo.

Creíamos que solamente la responsabilidad de hacer las cosas era de los gobernantes y de los que estaban insertos en el gobierno. Y que nosotras éramos ciudadanas que aceptábamos o no las pautas de los políticos, pero nada más que eso, ciudadanos que teníamos que cumplir con el voto. Y nuestros hijos nos enseñaron a ver la vida. Nos enseñaron con su vida.

En cada una de sus visitas a las escuelas esta Madre de Plaza de Mayo deposita su esperanza en sus interlocutores: los chicos y chicas que escuchan con respeto la historia que ella tiene para contar.

Nosotros tenemos esto: la esperanza en ustedes. En esa generación que está latente. Es como un reemplazo de esa generación que, por querer cambiar el mundo, no está hoy. Pero están presentes hoy y siempre.

Mirta supo dar cuenta de la ruptura en su núcleo familiar y cómo, pese a la pérdida de su hija, supieron salir adelante con la fuerza suficiente para seguir luchando por la Memoria, la Verdad y la Justicia.

Mis otros hijos quedaron marcados por la pérdida de su hermana. Esas vidas no son las mismas que eran antes, porque también perdieron su vida, lo que eran en su momento, porque cambió todo, todo. Entonces desintegraron las familias. Y los nietos siguen todavía también sufriendo esa consecuencia. Eso es lo que nosotras queremos que nunca jamás vuelva a pasar algo parecido. Eso es por lo que luchamos.

 

SU COMPROMISO

Uno tiene un compromiso y no es un compromiso formal, sino un compromiso de alma, un compromiso de corazón, un compromiso de amor. Yo siempre digo, mientras tenga fuerza, mientras mentalmente más o menos pueda seguir hilvanando y mientras físicamente el cuerpo me responda, yo seguiré en esta lucha de reclamo de justicia. Pero no sólo justicia directamente por los desaparecidos, sino que seguiré reclamando por la justicia social, la justicia actual. No es que dejemos de lado lo que pasó sino que también luchamos por los Derechos Humanos actuales, por lo que nuestros hijos dieron su vida, por lo que toda esa gente sufrió, por querer cambiar a la sociedad, por querer una igualdad para todos. Entonces, yo tengo ese compromiso, y mientras lo pueda hacer, lo voy a hacer, y lo hago de corazón. Porque mis hijos, nuestros chicos de esa época, harían lo mismo, como quienes ahora también están comprometidos con un cambio, están comprometidos con la gente porque ven su sufrimiento, lo sienten. Nuestros hijos estarían acompañándolos también, junto a esos jóvenes, y acompañando a esa gente que pide de alguna manera que los acompañe. Entonces ya es una lucha indefinida y espero que me queden muchos años más todavía para continuarla.

 

PALABRAS FINALES

La importancia de seguir…

Yo siempre digo que quiero ser digna madre de mi hija, porque yo sé cómo era ella desde siempre. Y no quiero estar delante de mi hija sino a su lado. Porque donde yo estoy, mi hija está también, porque yo sé que es ahí donde ella querría estar.

Van a hacer 35 años y estoy como el primer día. Cambiaron nuestros núcleos familiares. Cada niño recuperado es una historia, sus padres proyectaron una vida para esos niños. Es necesario recuperar a todos, tienen derecho a saber su historia y sus familias tienen derecho a saber dónde están.

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