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LEONARDO FOSSATI

Nieto restituido por las Abuelas de Plaza de Mayo

El 12 de marzo de 1977, Inés Beatriz Ortega, de 17 años, dio a luz a Leonardo Fossati. El parto fue en la cocina de la Comisaría 5° de La Plata, uno de los centros clandestinos de detención más grandes de la ciudad, por el que pasaron más de 200 personas. Entre ellas hubo diez mujeres embarazadas e incluso algunos niños que fueron secuestrados junto con los padres. Por el testimonio de Adriana Calvo, que también estaba embarazada y estuvo secuestrada junto con Inés, se supo que parió atada de pies y manos, asistida por el médico policial Jorge Antonio Bergés.

Leonardo vivió toda la vida en La Plata, con una familia de civiles tras “una adopción no formal, pero sí de buena fe”. Fue comprado a una partera que les contó una historia de abandono y luego anotado como hijo biológico. Creció junto con una hermana cinco años mayor.

Mis padres de crianza eran grandes con respecto a la edad media que tenían los papas de los otros chicos y, de alguna manera, fue como si me criaran mis abuelos: me daban todos los gustos. Tuve una infancia muy feliz. Desde chiquito formé grupos de amigos en la escuela y en el barrio; jugábamos en la calle o en el Parque Saavedra. En el verano nos íbamos con mi familia de vacaciones a Mar del Plata. Todos los recuerdos que tengo de esa época son de disfrute.

¿Sabías que no eras hijo biológico de quienes te criaron?

Tengo una hermana adoptiva cinco años más grande y a los dos nos habían dicho que éramos hijos biológicos. Ella supo primero que no era así, pero no me lo contó por respetar ese secreto familiar. En la adolescencia, como una etapa de muchos cambios y cuestionamientos, empezaron a surgirme dudas. Me resultaba raro que mis papás fueran tan grandes, no encontraba un parecido físico con ellos ni con mi hermana y además teníamos muchas fotos de chicos, incluso de recién nacidos, pero ninguna de los embarazos.

¿Cómo experimentaste ese momento de dudas y averiguaciones?

Todas estas cuestiones me generaban una inquietud pero, a medida que esa duda se iba agrandando, surgió en forma paralela una respuesta: era evidente que no era hijo biológico de mi familia y esto significaba que me había abandonado pero que, por suerte, me habían adoptado en una casa donde tenía mucho amor y nunca me había faltado nada. Solía pensar: “Hay una familia que me abandonó, pero otra que me eligió y me cuidó, por eso estoy tan agradecido”. Y me quedaba con eso. Me daba por satisfecho. No lo charlaba con nadie, me conformaba con esta respuesta.

¿Cuáles fueron los primeros indicios de que podías ser hijo de desaparecidos?

Yo fui papá a los 20 y ahí la cosa empezó a cambiar. Con las nuevas experiencias no dejaba de preguntarme qué le puede pasar a una persona para abandonar a un hijo. En esa etapa empecé a querer saber qué le habría pasado a mi mamá para que me abandonara. Y me surgieron ganas de conocerla, no para recriminarle nada, sino para tratar de entenderla e inclusive ayudarla. Para que supiera que yo estaba bien y que ella tenía un nieto. Me pasaba algo más: le estaba heredando esta gran duda a mi hijo. Entonces lo charlé con mi familia de crianza. Primero con una tía, que me confirmó cómo había sido todo, y después con mis viejos. Él, sobre todo, tenía temor de que supiésemos que éramos adoptados por si se perdía el cariño y cambiaba todo.

¿Cómo viviste toda esta etapa?

Fue un momento de mi vida muy fuerte, no solo por la cuestión de mi origen sino también por la paternidad; además me separé y como la empresa que tenía mi familia de crianza había quebrado con la crisis de 2001, yo quedé bancando la parada. En medio de todo eso, no tenía tiempo para ocuparme de lo que me estaba pasando. Pero en tres o cuatro años fui haciendo pie y esta inquietud tomó más importancia.

Leonardo entonces fue hasta la casa de la partera en busca de información, pero ella había fallecido y eso le cortó las pistas en la búsqueda de su origen. Hasta que una compañera de un taller de teatro lo vio hacer una improvisación que le despertó una alarma. Se le acercó y supo que era adoptado, entonces le planteó la idea de que fuera a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo para averiguar si podía ser hijo de desaparecidos. “Yo solo conocía los casos de hijos de desaparecidos que habían tenido más difusión y eran chicos apropiados por militares o policías. Jamás me imaginé en esa situación porque mi familia de crianza no solo no había tenido vínculo con las Fuerzas Armadas, sino que tampoco comulgaba políticamente con sus ideas; eran radicales y habían festejado la vuelta de la democracia”.

 

LA BÚSQUEDA DE SU IDENTIDAD

No obstante, tomó la decisión de seguir el consejo que había recibido. Como no tenía más puertas que tocar, me acerqué a la filial de Abuelas de La Plata y conté todo, con un miedo que es común: temía generarle quilombos a mi familia de crianza.

La investigación fue avanzando hasta que le ofrecieron hacerse una extracción de sangre para comparar los datos genéticos con los de las familias que estaban buscando a un nieto desaparecido. Era el año 2004 y los estudios demoraban bastante.

En mi caso fueron nueve meses, ¡todo un parto! Pero el 11 de agosto de 2005 supe quiénes habían sido mis padres. Recibir la noticia fue muy fuerte. Lindo y duro a la vez, porque me encontré con una familia muy desmembrada a partir de la desaparición de mis viejos. Mi abuelo paterno había fallecido, se enfermó de leucemia cuando mi papá pasó a la clandestinidad y murió a los pocos meses, mientras que mi abuela tuvo un ACV al poco tiempo de la desaparición, quedó postrada y luego murió. Por eso, del lado paterno solo conocí a mi tía, quien padeció mucho la dictadura también. Fue hermoso conocerla... Por primera vez me vi parecido a alguien. Entablamos una relación muy buena y por suerte ella sigue viviendo cerca, en Villa Elisa. Por el lado de mi mamá tenía a mis abuelos, que eran muy jóvenes, a mi tía, que es la hermana melliza de mi vieja, y también a una tía de un segundo matrimonio de mi abuela. No tengo mucha relación con esta abuela porque las cosas ni siquiera estaban bien con mi mamá... Ella y su melliza se habían ido de la casa a los 15 años. Mi relación más fluida es con los primos que viven en Venezuela y con su papá, que era muy amigo de mi viejo.

¿Cómo fue recuperar tu identidad? ¿Pudiste adaptarte al cambio de nombre?

Cuando restituí mi identidad lo primero que me vino a la mente es que ése era el nombre que quería para mi primer hijo, que finalmente se llamó Tomás. En estos casos la Justicia actúa y en algún momento hay que poner en orden los papeles con el nuevo apellido que te da la filiación con tu familia biológica. Pero yo elegí también el cambio en el nombre porque sentí que me representaba y venía con una historia familiar: era el segundo nombre de mi papá y el de mi abuelo. Al principio fue raro, cambiar no es fácil, pero fui notando que no me gustaba que me llamaran por mi nombre anterior y, pasado un tiempo, inclusive empecé a ver por qué les costaba adaptarse a algunas personas y lo marcaba con mayor claridad.

Inés Ortega nació el 15 de febrero de 1959 en La Plata y militaba con su hermana melliza en la Unión de Estudiantes Secundarios mientras que su compañero, Rubén Leonardo Fossati, nació el 12 de septiembre de 1955 en la misma ciudad y militaba en la Juventud Universitaria Peronista. Los secuestraron en un operativo en Quilmes, el 21 de enero de 1977, cuando Inés estaba embarazada de siete meses. Fueron vistos en la Comisaría 5° de La Plata, donde nació Leonardo, y en el centro clandestino de detención conocido como "Pozo de Arana". De acuerdo a testigos, Inés fue trasladada a la Brigada de Investigaciones de La Plata. Ambos continúan desaparecidos.

¿De qué modo fuiste conociendo la historia de tus padres? ¿Qué pudiste saber en este tiempo acerca de su militancia?

A través de familiares fui conociendo cómo habían sido sus infancias y adolescencias. Gracias a las Abuelas y su equipo de investigación recibí mi archivo biológico-familiar, que tiene una serie de entrevistas a personas de mi familia, amigos de mis padres, sobrevivientes; son relatos que te permiten saber qué pensaban en el momento del reportaje y cómo vivían la búsqueda, y también conocerlos si ya no están. Después fui encontrándome con sus compañeros de militancia, que forman un grupo muy lindo en La Plata y me acompañaron mucho.

¿Qué detalles te resultaron más notables?

Cuando empecé a saber sobre las vidas de ellos me fui dando cuenta de algunas situaciones mías a las que ahora les encontraba más sentido, porque no tenían nada que ver con mi familia de crianza. Yo fui a un colegio privado y ya al segundo día de clases me anoté en el Centro de Estudiantes, entendiendo que había que defender ciertas situaciones de injusticia. Me gustaba ese lugar. También había participado de marchas por la Noche de los Lápices. Entendí desde chico que había que involucrarse en las causas que a uno le parecían justas. Y cuando conocí mi origen me empecé a acordar de todas esas cuestiones.

La Comisaría 5° donde nacieron Leonardo y otros hijos de desaparecidos está en camino a convertirse en un Espacio para la Memoria. Fue producto del fallo favorable en el juicio del Circuito Camps, en el que Leonardo integró la querella junto con Abuelas de Plaza de Mayo. En 2013 se logró una desafectación parcial, que se efectivizó en 2014, y desde entonces los conservadores y especialistas comenzaron los trabajos de apuntalamiento del edificio, que estaba en funcionamiento, pero tenía los calabozos clausurados. En marzo de 2018 llegó la desafectación total por lo que la comisaría se trasladó. El nuevo Espacio de Memoria se abrirá en cuanto finalicen las obras (N. del E.: a la fecha de publicación, julio de 2018, continúan las reparaciones).

¿Qué reflexión tenés sobre la determinación de las Madres y las Abuelas al salir a buscar a sus familiares secuestrados en plena dictadura?

Fue un gran acto de valentía en el que arriesgaron sus vidas y lucharon con muy pocas herramientas. Estaban pasando un dolor inmenso pero no se quedaron postradas en un sillón llorando. Deben haber tenido muchos de esos días, sin embargo lo superaron y salieron a dar batalla. Son uno de los ejemplos de vida más grandes que tengo para salir adelante a pesar del peor de los dolores. Y entiendo que todas esas familias continuaron su historia como pudieron. También aprendí a ver la fortaleza de la mujer, que tiene una naturaleza diferente. Conozco muchos casos de hombres a los que les costó más transformar ese dolor en acción. El hombre se deprime más rápido. La mujer, en cambio, es capaz de encapsular los sentimientos y volver a ponerse de pie. Yo trato de aprender de eso.

Leonardo se unió a la asociación Abuelas de Plaza de Mayo como un devenir natural de su recuperación de la identidad. “Yo trabajaba a la vuelta de la filial de La Plata, en una agencia de turismo, y me gustaba pasar de visita, compartir unos mates. Era el único lugar donde sentía que me entendían perfectamente”. Por eso empezó a ver de qué modo podía colaborar y comenzó a participar de la difusión. Un tiempo después integró la asociación, desempeñando funciones en la sede central y representando a la asociación en distintos ámbitos, hasta formar parte de la comisión directiva. Además, lleva adelante el proyecto del Espacio Memoria Comisaría 5° y representa a los organismos de Derechos Humanos en la ex ESMA.

 

LEONARDO HOY

¿Cómo les fuiste transmitiendo todo esto a tus hijos?

Siempre fui muy cuidadoso. Mi hijo mayor también restituyó su identidad porque tenía ocho años cuando yo recuperé la mía. Le fui explicando todo de a poco, de la mejor manera que fui encontrando. Mi mayor temor era cómo iba a tomárselo él, pero por suerte sintió que la familia se agrandaba. Y después, en la medida que se daban las oportunidades, fui tratando de contarle las situaciones por las que se habían dado esos acontecimientos con sus abuelos y aprovechaba a introducirlo en la historia reciente argentina. En ese entonces era algo que se hablaba poco en los colegios. Tengo dos hijos más que son chiquitos: Ciro de cinco años e Inés de dos (N. del E.: edades al momento de la publicación de la segunda edición, julio de 2018). Ciro ya conoce la historia y como la adquirió de chiquito lo tiene como algo muy natural. Además, hoy hay otras herramientas para hablar con los chicos, como PakaPaka.

¿Cuál es tu mirada sobre el tratamiento de las temáticas de Derechos Humanos en las escuelas a través de programas como Educación y Memoria?

Es fundamental. Para mí es imprescindible como base de una buena educación conocer la historia reciente de nuestro país; sobre todo esta parte trágica. Necesitamos entender desde niños que fue un golpe cívico militar y que muchas de las partes implicadas todavía están impunes. Es muy importante darlo a conocer porque esos civiles mantienen gran poder debido a su capital económico, y si no logramos transmitir esta verdad y mantener viva la memoria, sería muy fácil generar el olvido y la desinformación a través de los medios. Es un trabajo constante que tiene punto de partida pero no de llegada, para que nuestros hijos y nuestros nietos no tengan que vivir algo similar.

 

PALABRAS FINALES

Por mis viejos siento admiración ya que pese a su juventud tenían un compromiso enorme y sabiendo el peligro que corrían decidieron seguir adelante. Después de juntarme con compañeros de mi viejo supe que en el centro clandestino lo maltrataron mucho pero queda claro que no dijo una sola palabra, porque no se llevaron a nadie por él. Adentrarme en sus historias hizo que me fuera sintiendo cada vez más orgulloso de ellos. No pude conocerlos, pero en su corta vida me han dejado grandes enseñanzas.

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