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DELIA CECILIA GIOVANOLA
Abuela de Plaza de Mayo
Fue una de las 12 fundadoras del organismo

Era muy joven cuando perdió a su marido y desde entonces crió sola a su único hijo, Jorge, quien sería secuestrado y desaparecido por la dictadura cívico militar junto a su compañera. La pareja tenía una nena de tres años, Virginia, que fue entregada a la familia. Pero también esperaba un nuevo hijo, quien nació en cautiverio. En el camino de su búsqueda, Delia se convirtió en una de las doce fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Finalmente, en marzo de 2015 logró encontrar a Diego, su nieto. La hermana del joven se había quitado la vida cuatro años antes.
 

Delia Giovanola nació en La Plata, provincia de Buenos Aires, el 16 de febrero de 1926. Su infancia y su adolescencia fueron plenas de todo lo que necesitaba. Terminó el secundario en la Escuela Normal N°. 1 Mary O. Graham de la capital bonaerense y luego se recibió muy joven de maestra en la misma ciudad. Soy docente de alma, de vocación. Me encantó la enseñanza y siempre fui docente en mi casa.
 

A los 37 años recibió un primer golpe: su marido, Jorge Ogando, murió de cáncer de pulmón. Su hijo, Jorge Oscar Ogando, era un adolescente de 15 y ella tuvo que salir a trabajar. Como fue becada para estudiar bibliotecología, iba al empleo de día y estudiaba de noche. Lo hice peleando la vida. Pero siempre con humor, porque había que seguir y yo tenía un hijo que criar.


Transcurridos cinco años, se volvió a casar y se mudó a la localidad de Villa Ballester, de donde era su segundo esposo, Pablo Califano. Pero su vida cambiaría para siempre el 16 de octubre de 1976, cuando secuestraron su hijo y a su nuera, Stella Maris Montesano, quien se encontraba embarazada de ocho meses. Esperaban a Martín, el nieto al que Delia buscó incansablemente durante casi cuatro décadas y con quien pudo abrazarse casi 40 años después.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

LA HISTORIA DE JORGE
 

Era alegre, siempre estaba cantando y se trepaba a los árboles. También le encantaba correr, ¡tenía una velocidad impresionante! Y vivía con su bicicleta. Creo que tuvo una infancia muy feliz. Era simpatizante de Estudiantes, como todos en la familia. Más grande estudió algo de zoología porque era muy bichero. Creo que fue un buen padre y buen marido; se llevaba muy bien con Stella.
 

El día del secuestro de su hijo y de su nuera comenzó otra nueva vida. Una más en la historia de Delia. No sólo porque debía buscar a Martin, sino porque también quedó a cargo de Virginia, su nieta de tres años, que fue devuelta a la familia por los militares. Me tuve que transformar en una abuela con función de madre. Y no fue fácil hacerlo con todo el dolor que tenía por la desaparición de mis chicos. ‘Abuela, ¿hoy no llorás?’, me preguntó una noche Virginia cuando la llevé a dormir. Yo no me había dado cuenta hasta entonces de que lloraba todas las noches cuando la acunaba. Me ponía una toalla en la boca para no gritar de la impotencia. ¡Era mi querido hijo único! El hijo deseado, mimado… qué se yo. Era todo para mí.
 

Pero a pesar de tanta angustia, el humor es la característica que, según ella misma asegura, la mantuvo “viva y con fuerza”, no pudo ser desaparecido.
 

¿Cómo se hace para mantener la fortaleza después de 39 años?
 

Yo tengo una máscara de humor para poder hacerle frente a esta realidad que estuvo ausente de afectos directos. Es una forma de sobrellevarlo y la lucha es lo que me sostiene. No tengo otra forma de sobrevivir. Afortunadamente, gozo de buena salud.
 

¿Jorge y Stella eran militantes?
 

Nunca supe y sigo negando su militancia. Jorgito no mamó la política y no entendía un pomo, tal como no lo entiendo yo ni aún después de tantos años, porque no soy activista política. Yo siempre digo que no soy política: soy una Abuela de Plaza de Mayo con un hijo desaparecido y un nieto a quien buscar (N. del E.: Cuando Delia concedió la entrevista para este texto, Martín aún no había aparecido. Fue identificado en noviembre de 2015). Él tenía viviendo en su casa a la mujer de un compañero, que era primo por parte paterna, que hacía reuniones y tenía actividad política. Jorge y Stella al principio no querían participar y se iban, pero a veces se quedaban, supongo, y participaban. Virginia tenía el deseo de que sus padres hubieran militado, pienso que necesitaba que su desaparición tuviera un justificativo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

JUNTAS A LA PAR
 

Nunca le oculté nada a mi nieta. Ella fue muy desenvuelta de chiquita y nunca pidió por su padre y su madre. Recuerdo que una sola vez lloró pidiendo por su mamá, con un desconsuelo muy grande. Fue algo inusual y, a partir de entonces, no hizo más preguntas. Fuimos parte de la vida de Virginia, criándola, y ella le escapaba al tema de sus padres, hasta que empezó a trabajar en el Banco Provincia, donde había trabajado Jorgito. Ahí le recomendaron que buscara a su hermano.

Ese “despertar” en Virginia hizo que, por primera vez, se sumara a la búsqueda de su hermano. ‘¿Cómo hago, abuela?’, me preguntó. Esa fue la primera vez que encaró su condición de hija de desaparecidos y confesó que antes no había querido enfrentarse a la realidad. Pero estaba hambrienta de buscar a su hermano y se sumó totalmente de lleno, de manera organizada. Entonces se pegó a los nietos recuperados: integró el movimiento de HIJOS y el de Hermanos.

El 14 de agosto de 2011, Virginia se suicidó en la ciudad de Mar del Plata, a los 38 años. Estaba activa… no sé qué pasó con ella, realmente. Puede haber sido por no encontrar a Martín o por todo lo acumulado, que tuvo oculto dentro de ella durante tanto tiempo. Lo cierto es que cuando vino una compañera de cautiverio de la madre Virginia tuvo una caída tremenda, un cuadro depresivo, y no quería ver ni hablar con nadie. Se trató con psicólogos y psiquiatras, que la medicaron, y le dieron licencia en el banco. Antes no había demostrado nada, todo aquel que la conoció recuerda su alegría.
 

Yo le prometí que iba a seguir buscando a Martín mientras tuviera fuerza, porque la historia de mi vida es la búsqueda de los nietos.

 

 

EL SUEÑO DEL ABRAZO
 

Entre 2006 y 2008 Abuelas había recibido denuncias que advertían que Martín había sido anotado como hijo propio por una pareja, pero las averiguaciones no condujeron a un desenlace positivo. Y recién el 30 de marzo de 2015, él se acercó a las oficinas del organismo, donde fue atendido por el equipo de Presentación Espontánea. La investigación siguió sus carriles en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad y se hizo la extracción de ADN se hizo a través del consulado. Tras cuatro décadas de búsqueda, en marzo de 2015 Delia encontró a su nieto.

En la conferencia de prensa en la que se anunció la recuperación de la identidad de Martín, resumió todas sus emociones. Cumplí con mi hijo. Cuando se lo llevaron, hice la promesa de buscar a su bebé y cuando se fue mi nieta le prometí buscar a su hermano. Hoy me siento realizada. No tengo más que palabras de agradecimiento y emoción. Se me vino la familia encima y fue muy grato. Parezco una abuela babosa, ¡y lo soy!
 

¿Qué se siente en Abuelas cuando recuperan a un nieto?
 

Esperanza y alegría, porque cada joven es un pedacito de cada una de nosotras. Recibimos tanto cariño de ellos, que los sentimos un poquito de nuestra familia. Yo tengo una debilidad especial por Leonadro Fossati, que nació en La Plata, en una comisaría. Él fue un amigo cercano a Virginia desde el momento en que recuperó su identidad y me trata con tanta ternura que lo siento como si fuera mi nieto, al igual que a Victoria Montenegro, que es una dulce y fue muy amiga de Virginia.
 

¿Cómo fue la primera conversación telefónica con Diego?
 

La llamó por teléfono el día que confirmó su identidad y ella le preguntó si estaba seguro de querer hablar.
 

Martín no dudó: “¿Por qué no? Si sos mi abuela”. Con su mayor sueño cumplido después de 39 años de lucha, una gran sonrisa invadía su rostro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 



 

VISITA AL MUSEO MALVINAS CON EL PROGRAMA EDUCACIÓN Y MEMORIA
 

Cuando iba entrando levanté la vista y me ví en la pared. Me quedé helada y la miré a la chica que me acompañaba. ‘¡Esa soy yo!’, le dije. Ella me miraba a mí y miraba la foto. ‘¡Sí, es usted!’, dijo ella, sorprendida.  Al rato volvió a aparecer con un camarógrafo, un fotógrafo, un periodista… trajo a medio mundo y me pidieron que contara la historia de la foto, pero yo apenas me había enterado de que estaba ahí.

La historia cuenta que un día de 1982, en Plaza de Mayo, Delia mostró un cartel con una frase que se le había ocurrido la noche anterior: “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”, decía el reclamo de su puño y letra. Y uno de esos fotógrafos la inmortalizó. Teníamos que ser ingeniosas para encontrar la manera de que el mundo supiera lo que estaba pasando, aunque jamás soñé que esa foto se podría convertir en un símbolo.

Un año después de aquella primera vez, Delia visitó el Museo en una jornada educativa organizada por el Programa Educación y Memoria de la Ciudad de Buenos Aires, acompañando a 4000 chicos de escuelas primarias públicas porteñas, a quienes les dirigió unas palabras. Quiero que ustedes sean custodios de la memoria. Hoy son niños y jóvenes, pero mañana van a ser hombres y mujeres. Ustedes serán los guardianes de la democracia, la van a respetar y cuidar con amor, para que no vuelvan a ocurrir nunca más hechos dolorosos como la Guerra de Malvinas, que sembró tanta muerta, y como la dictadura, que se llevó tantas vidas.

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